Nota: si tiene poco
tiempo para leer este artículo, no deje de leer el final.
1
El libro de Agüero a la vez de imprescindible
es inquietante. Es imprescindible porque contribuye a llenar ese espacio
post-conflicto armado en el Perú (1980-2000) que por múltiples razones no ha
sido tomado en cuenta por la sociedad y no por ello ha desaparecido: ¿qué
suerte corrieron los asesinos de un lado y del otro?, ¿qué impacto sufrieron
los parientes, amigos o simplemente conocidos de estos criminales que acabaron
con la vida de 70,000 personas, que torturaron a decenas de miles de
compatriotas, violaron a miles de mujeres de toda edad y forzaron a huir de sus
pueblos a cientos de miles de peruanos?
Sobre la suerte de
las víctimas los gobiernos de turno ha emitido ordenanzas para compensar sus
pérdidas y sufrimientos que en realidad son una vergüenza nacional por su
insignificancia y retraso. Muchas ONG y hasta la misma Defensoría del Pueblo[1]
constantemente denuncian las deficiencias y desinterés de los gobiernos para
cumplir con su obligación. Pero de lo que ni siquiera se ha hablado hasta ahora
es de la suerte que corrieron y corren los actores directos de conflicto y del
impacto que sus vidas tuvieron y tienen en sus allegados.
José Carlos Agüero sí lo hace y tiene razón
para ello: sus padres pertenecieron a Sendero Luminoso. Pocas dudas tiene sobre
la participación de ellos en actos terroristas. “¿A cuánta gente mató mis
padres? Saberlo es innecesario.”
Menos dudas aún tiene Agüero, más bien posee
información fehaciente de cómo fueron asesinados sus progenitores por fuerzas
del Estado. El padre durante la revuelta de presos en la Isla de El
Frontón. Y la madre ejecutada
clandestinamente una madrugada en una solitaria playa de Lima.
El pequeño libro de
Agüero (realmente son 122 páginas sin contar el Colofón escrito por Rubén
Merino) es de naturaleza “algo indefinida” según el propio autor, quien añade:
“por su forma agrupa relatos cortos, a media carrera entre reflexiones y apuntes
biográficos de una época de violencia. Llamémoslos textos de no-ficción (…)”.
Esta singular forma de expresarse es efectiva, le permite decir u opinar lo
justo sin entrar en detalles o profundidades que puedan ser contrastados o
rebatidos. Sin embargo, el estilo minimalista y entrecortado permite que el
lector comparta sus sentimientos encontrados, su aparente o real confusión y, sobretodo, permite intuir lo que calla.
Vivía de la forma más
miserable en la barriada del cerro El Agustino de Lima, aún así los padres
acogían a compañeros senderistas arriesgando sus propias vidas y, aunque Agüero
no lo dice pero el lector lo entiende, poniendo en juego también la vida y el
futuro de sus hijos. Sus vecinos “saben perfectamente qué hacían mis padres y
qué pasaba en mi casa”.
¿Qué significa tener
a un pariente preso por terrorismo? Agüero lo describe así: “angustia, miedo,
abogados, búsqueda de ayuda, de influencias, tortura, saber, saber que están
torturando a tu familiar, sangre, incertidumbre”. Joven aún recibe la noticia
de la muerte de sus padres y se enfrenta a la vergüenza de ser hijo de
terroristas. “Se aprende a vivir con la vergüenza. Tener una familia que por
una parte de la sociedad está manchada
de crímenes que es una familia terrorista, es una realidad concreta, como una
silla, una mesa o un poema”.
Una clave de las
intenciones del libro de Agüero se manifiesta cuando a la muerte de su madre se
pregunta: “¿Sentir alivio por la muere de mi madre y luego culpa por sentir
este alivio es un asunto personal, mío, íntimo, psicológico? ¿Es un tema que no
tiene relación alguna con las cosas
públicas? La respuesta que da el autor
es también ambigua, difusa, confusa, y parece que no puede ni debe ser de otra
manera. Luego de inconexos soliloquios termina diciendo que solo el amor: “debe
ser parte de lo público”, y con eso se siente satisfecho. El lector no puede
estarlo porque siente que el autor ha escabullido su propia pregunta. Pero
tampoco podemos juzgarlo, para eso sería necesario haber pasado por la
experiencia que pasó Agüero.
La ambigüedad de
sentimientos que extrapola el autor en todo su discurso hace que su libro sea
inquietante. ¿Qué es lo que quiere decir Agüero?, ¿qué compartamos su
confusión? Realmente no sabemos si sube o baja la escalera. ¿Será esa la
situación en la que se encuentran “Los rendidos” del conflicto armado? Por
ejemplo, se pregunta: ¿Hay solo hay maldad en cada acto terrorista? Levantar el
listón de un asesinato al decir si es “solo maldad” sugiere que podría ser otra
cosa: ¿caridad?, ¿justicia? Estos cuestionamientos abren un abanico de
posibilidades donde todo se puede justificar. Pero cuando bajamos al terreno de
los hechos y vemos que los asesinados fueron en su mayor parte indígenas pobres
quechua-hablantes dejamos la retórica y acudimos a la solidaridad con las
víctimas y al rechazo de sus asesinos sean estos terroristas o policías. En un
estado de aparente confusión Agüero se pregunta si debe pedir perdón o debe
exigir que lo perdonen. Quizá ni lo uno ni lo otro. Él no es culpable de los
crímenes de sus padres. Si la sociedad lo ha discriminado por eso, mal hecho
está pero parece que no es el caso de Agüero ya que ha podido acabar sus
estudios, enseñar en la universidad y, según pude constatar personalmente, ser
reconocido en círculos intelectuales del país. Esta carrera ya la quisieran
tener jóvenes peruanos cuyas familias
han vivido al margen de la violencia terrorista, pero dentro de la violencia
económica que se impone a los pobres y humildes del país.
2
¿Realmente se han
rendido los derrotados? Parece que no del todo. Con mayor o menor intensidad
hay algo que se resiste a desaparecer. Algunas organizaciones como Movadef
pretenden reivindicar a Sendero Luminoso haciendo énfasis en su postura
política. Era una guerra, dicen, entre el estado burgués y un partido político
que deseaba cambiar el sistema. Por lo tanto piden la amnistía de esos presos
políticos. Agüero no llega a tanto, es más, combate las reivindicaciones de
Movadef. Sin embargo, deja pinceladas que el lector entiende inevitables en un
buen hijo. El hecho de que sus padres fuesen asesinos no quiere decir que no
hayan sido querendones con su prole. Parece que a pesar de las privaciones que
tenían había un sólido amor por los hijos y preocupación por sus estudios. El hijo da testimonio por medio de preguntas
retóricas y huérfanas de respuestas concretas dentro de todo un aparente
berenjenal en que se encuentra su mente. Con este artificio y dudosa modestia ensalza la entrega y sacrificio de sus padres
por la causa. No pertenecieron a Sendero Luminoso a secas, sino al Partido
Comunista Sendero Luminoso, PC-SL. Claro, eso es otra cosa. Un partido político
que se levanta contra un gobierno corrupto parecería justificar una revolución,
salvo que en este caso, los asesinados fueron los más pobres y más
discriminados por el poder y no los poderosos ni los mandos militares.
A pesar de sus
antecedentes mal no debió irle a Agüero, ya que pocos años después participó en
la Comisión de Verdad y Reconciliación viajando a Ayacucho para entrevistar
víctimas e investigar lo ocurrido en el departamento que sufrió las mayores
pérdidas humanas.
3
Lo que realmente
extraña, pero a la vez describe quién es
realmente Agüero, es cuando por única vez deja su discurso dubitativo y
retórico para elogiar con rotundidad y sin el menor rubor la llamada Comisión
Vargas Llosa que investigó la muerte de ocho periodistas ocurrido en
Uchuraccay. Agüero dice que el ahora Nobel “lo hizo con real compromiso,
estoico, con una responsabilidad cívica admirable” . No es ignorancia la que
hace escribir esto a Agüero, él sabe bien que la Comisión de la Verdad y
Reconciliación tildó la “Comisión de Vargas Llosa como inútil, ilegal y
encubridora”[2]. Por eso uno se queda
atónito al leer también sus otros elogios. Dice que en Vargas Llosa “es
admirable su sentido republicano, de colaborar con el esclarecimiento y la
administración de justicia”. ¡Por Dios!, qué barbaridades tiene que leer uno,
si todo el mundo sabe que esa comisión ¡no investigó a los militares!, y que
luego de su visita de menos de tres horas a Uchuraccay dejaron abandonados a
los lugareños a tal punto que el 30% de su población fue asesinada después por
senderistas y miembros de las fuerzas del Estado.
Bueno, Agüero se
descubre, eso es todo. Al final del párrafo dice que el trabajo de Vargas Llosa no ha sido reconocido “Porque es
un campo dominado por la izquierda”. Al
que duda de todo no le importa decir tamaña falsedad que atañe, por ejemplo, a
Carlos Iván Degregori, redactor del informe de la CVR, ni a su presidente
Salomón Lerner, ni a tantas ONG que han defendido y defienden unos Derechos
Humanos que no son de izquierdas ni de derechas, son simplemente derechos de
todos.
José Carlos Agüero es
listo: ha sabido apostar por las corrientes neoliberales que dominan todos los
espacios del Perú en los que sin duda encontrará pronto un hueco para él. Agüero tiene futuro.
Herbert Morote
Septiembre 2015